El Santo Oficio
Alarmado por la
difusión del protestantismo y por su penetración en Italia, en
1542 el papa Pablo III hizo caso a reformadores como el cardenal
Juan Pedro Carafa y estableció en Roma la Congregación de la
Inquisición, conocida también como la Inquisición romana y el
Santo Oficio. Seis cardenales, incluido Carafa, constituyeron la
comisión original, cuyos poderes se ampliaron a toda la Iglesia.
En realidad, el Santo Oficio era una institución nueva vinculada
a la Inquisición medieval sólo por vagos precedentes. Más libre
del control episcopal que su predecesora, concibió también su
función de forma diferente. Mientras la Inquisición medieval se
había centrado en las herejías que ocasionaban desórdenes
públicos, el Santo Oficio se preocupó de la ortodoxia de índole
más académica y, sobre todo, la que aparecía en los escritos de
teólogos y eclesiásticos destacados.
Durante los 12
primeros años, las actividades de la Inquisición romana fueron
modestas hasta cierto punto, reducidas a Italia casi por
completo. Cuando Carafa se convirtió en el papa Pablo IV en 1555
emprendió una persecución activa de sospechosos, incluidos
obispos y cardenales (como el prelado inglés Reginald Pole).
Encargó a la Congregación que elaborara una lista de libros que
atentaban contra la fe o la moral, y aprobó y publicó el primer
Índice de Libros Prohibidos en 1559. Aunque papas posteriores
atemperaron el celo de la Inquisición romana, comenzaron a
considerarla como el instrumento consuetudinario del Gobierno
papal para regular el orden en la Iglesia y la ortodoxia
doctrinal; por ejemplo, procesó y condenó a Galileo en 1633. En
1965 el papa Pablo VI, respondiendo a numerosas quejas,
reorganizó el Santo Oficio y le puso el nuevo nombre de
Congregación para la Doctrina de la Fe.
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