
Santo Domingo

Esculturas del coro de la catedral de Naumburgo

Saint-Chapelle (París)
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> Dominicos
Época:
ReligiosidadPlenitud
Inicio:
Año 1200
Fin:
Año 1300
Antecedentes
Ordenes mendicantes
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A
diferencia de
los franciscanos,
los dominicos tuvieron siempre un carácter fundamentalmente clerical.
De hecho, la gran mayoría de sus miembros eran sacerdotes y poseían
una sólida formación dogmática. Esto explica por que, al mismo tiempo
que grandes predicadores (Ordo fratrum praedicatorum era su título
oficial), los dominicos fueron eminentes teólogos, lo que les daba una
superioridad incontestable a todos los niveles. El fundador de la
orden fue
santo Domingo de Guzmán
(1170-1221), nacido en Caleruega, provincia de Burgos, en el seno de
una familia de la pequeña nobleza. Siendo canónigo capitular en Osma
realizó un viaje en 1203 hasta
el Báltico, lo
que le dio ocasión para tomar conciencia del enorme poder que por
aquel entonces había alcanzado
el catarismo en
Languedoc. Escandalizado por este hecho decidió plantar cara a la
herejía, fundando en 1206 una casa de acogida en Prouillé para mujeres
pobres, proclives a abrazar el catarismo. Al mismo tiempo, y gracias
al apoyo prestado por el obispo de Toulouse, santo Domingo diseñó un
ambicioso plan de predicaciones y debates itinerantes, al estilo de
los realizados por los perfectos cátaros, que no tuvo al principio
demasiado éxito. Esta primera organización incluía sin embargo los
principios básicos de lo que luego sería la orden dominica, como eran
la existencia de centros de formación dogmática para los futuros
sacerdotes, concebidos como predicadores profesionales, al tiempo que
bases de apoyo para los que estaban en activo. La forma de vida de los
frailes, siempre itinerante, se caracterizaba por su austeridad, según
el ideal pauperístico de la "vita apostolica", y pretendía en suma
presentar un modelo alternativo y cualitativamente superior al
adoptado por sus principales adversarios, los perfectos. Tanto la
polémica doctrinal con los herejes como la predicación popular, basada
en los sermones, descansaba por lo demás en una sólida formación
dogmática. Al desencadenarse en 1213 la cruzada definitiva contra el
Languedoc, santo Domingo y sus seguidores comenzaron a cosechar
grandes éxitos. Ello permitió que, a pesar de lo acordado en
el IV Concilio de Letrán
sobre la inconveniencia de fundar nuevas órdenes,
Inocencio III
reconociera en 1215 la constitución del "Ordo fratrum praedicatorum".
Los frecuentes viajes de santo Domingo a Roma y la celebración de
sendos capítulos generales en 1216 y 1220 dieron como resultado que,
poco antes de la muerte del fundador, la orden dominica hubiese ya
culminado su fase formativa. En 1228, durante el gobierno de san Juan
de Sajonia (1222-1237), sucesor de santo Domingo y redactor de su
biografía oficial (Libellus de principiis Ordinis Praedicatorum, c.
1230), los dominicos vieron aprobadas definitivamente sus "constitutiones".
La directa sujeción al Papado y la sistemática apelación a la
disciplina y al orden, características de los dominicos, impidieron
que desde un principio se hiciese posible la aparición de cualquier
desavenencia. De acuerdo con las decisiones del IV Concilio de Letrán,
la orden se acogió a la regla de san Agustín, adoptando el modelo de
capitulo general propio de los cistercienses. El capítulo, que tema
carácter anual y se celebraba alternativamente en París y Bolonia,
estaba integrado por los representantes electos de cada convento, que
elegían a su vez al maestro general, cargo vitalicio con residencia en
Roma. Por debajo del nivel central existían las provincias, en numero
de ocho (18 a partir de 1277), bajo el gobierno de los priores
provinciales. Estos eran elegidos cada cuatro años por los capítulos
de provincia, que tenían carácter anual y estaban integrados por los
priores de cada convento. Entre reunión y reunión los poderes del
capítulo provincial eran asumidos por un consejo restringido con
plenos poderes. Finalmente estaban los capítulos conventuales, cuyos
priores eran elegidos por un mandato de tres años. Cada nivel contó,
además, a partir de 1259, con organismos particulares dedicados a la
preparación intelectual de los miembros de la orden. Así, para los
conventos existían los llamados "studium artium" (artes) y "studium
naturalium" (filosofía). Las provincias contaban con "studia solemnia"
o "studia particularia", dedicados a la teología y finalmente ciertas
ciudades universitarias europeas como
París,
Bolonia,
Oxford o
Toulouse contaban con los "studia generalia", para todas las ramas del
saber. Existían también centros dependientes de traducción y enseñanza
del árabe (Túnez), griego (Constantinopla) y hebreo (Barcelona). Desde
el principio, la orden apostó además por la supranacionalidad,
suprimiendo la antigua "stabilitas loci" benedictina y sustituyéndola
por el frecuente viaje de los frailes de uno a otro convento en
función de las necesidades de la orden. Respecto al genero de vida, y
aparte de los votos tradicionales, los dominicos tenían prohibida
cualquier propiedad individual, debiendo vivir de la limosna. Sin
embargo, la pobreza para la orden, como pare el fundador, nunca
alcanzó los extremos que se dieron entre
los franciscanos,
al considerarse más un medio que un fin en sí mismo. De ahí que se
tolerase en la práctica la propiedad privada de los libros de cada
monje y que la autonomía otorgada al prior, en éste como en otros
muchos temas, fuese lo suficientemente amplia como para tener en
cuenta los casos particulares. Este equilibrio, unido a la perfecta
preparación de los frailes y a su elaborado sistema institucional,
explican el creciente éxito de la orden: de 404 casas en 1277 se pasó
a 557 en 1303, con unos 15.000 frailes. En 1350 la orden rebasaba con
creces las 600 casas, muchas de ellas de la rama femenina, entre las
que destacaba el convento de san Sixto, fundado en 1221. La excelente
preparación intelectual de los dominicos les hizo pronto copar las
principales cátedras de teología de París, exponente del interés
pontificio por controlar dentro de la más pura ortodoxia esta rama del
saber. Asimismo monopolizaron prácticamente
los altos cargos inquisitoriales.
Respecto a
su espíritu misionero,
y aunque sin alcanzar el nivel observable en los franciscanos, los
dominicos realizaron misiones a ámbitos tan alejados como el Magreb,
Prusia y
Asia (cumanos y
mongoles),
ampliando así el campo de visión de la Cristiandad. |