Kafka,
el genio incomprendido
por Jorge Queirolo Bravo, escritor, historiador y periodista
Al pasear por las estrechas y
zigzagueantes callejuelas de la parte antigua de Praga,
especialmente del que fue el barrio judío de la ciudad, uno
trata de imaginarse cómo sería la visión que tuvo Franz Kafka de
la misma. Cuesta emular la imaginación de tan genial escritor,
que en su corta vida fue prolífico creando obras magníficas, las
que estuvieron a punto de ser destruidas. Esto es lo que habría
sucedido, si su amigo Max Brod hubiese accedido a la petición
que le hizo Kafka antes de morir. Afortunadamente, para los
amantes de sus libros, Max Brod desobedeció el mandato de su
amigo e ignoró su voluntad, conservó sus escritos en lugar de
destruirlos, los publicó y con esto cambió el curso de la
historia literaria del siglo XX. Sabia decisión. Gracias a eso
gozamos ahora de la excelencia de la obra de Kafka. Vale la pena
analizar las circunstancias en que ésta se gestó y ver cómo fue
la vida de tan atormentado personaje. Nació en Praga en 1883, en
el seno de una familia judía de clase media y fue germano
parlante. Abogado de profesión, tuvo siempre un pasar muy
acomodado. En su tiempo fue escasamente conocido y los títulos
que se publicaron mientras vivía tampoco fueron numerosos. Leer
los textos de Kierkegaard ejerció cierta influencia en él,
generándose en lo posterior un obra que la crítica ha calificado
como altamente enigmática y que tiende a desconcertar en grado
extremo al lector, sumiéndolo en una espiral de angustia que
recuerda los tormentos espirituales que padeció el autor. Sus
libros más conocidos fueron: En la colonia penitenciaria, El
proceso, La metamorfosis, El castillo, América, Cartas a Milena,
etc.
En
"El proceso" muestra un alma
acorralada e inmersa en conflictos existenciales, en medio de
una realidad en la que no parece existir la equidad o la
justicia, a cuyo nombre es despiadadamente perseguido sin que en
parte alguna se mencione el motivo por el que esto ocurre. El
protagonista es procesado simple y llanamente, en un sistema que
lo condena sin explicaciones y que no concede la oportunidad de
defenderse, ni tampoco de alegar inocencia. El fenómeno descrito
por Kafka no es nuevo, en algo nos recuerda la intolerancia de
los días de la Inquisición, era fatal en la que muchos inocentes
fueron sentenciados y ejecutados por jueces imbuidos de un poder
absoluto y la vez muy arbitrario. Aunque los tiempos han
cambiado, nunca han dejado de aparecer procesos o fórmulas
espurias que sirven a tiranos de pensamiento totalitario para
perpetuar su sed de poder. Respecto de lo último, "El proceso"
de Kafka nos deja una lección inolvidable que muchos seudo
demócratas deberían aprender. "En la colonia penitenciaria" es
una parábola que tiene plena vigencia hasta nuestros días, al
tratar temas tan actuales como la tortura, sus víctimas y
ejecutores. "El castillo" es el clamor de un ser humano que pide
a gritos el reconocimiento de los méritos acumulados,
dirigiéndose para ello a las autoridades, de las que espera la
autorización para radicarse en el pueblo circundante. Estas son
unos seres misteriosos, que gobiernan encerrados en un castillo
en el que se aíslan de las masas, a las que prácticamente no
escuchan. En este caso, la trama de la narración calza
perfectamente con las circunstancias imperantes en la vida real
de la mayor parte de las naciones. ¿O no es así? Existen otros
aspectos que también es necesario resaltar de la obra de Kafka.
Por ejemplo su postura frente al sexo, la que siempre es la de
culpabilidad en relación a algo que considera sucio y a la vez
abominable pero atractivo. Curiosa forma de pensar, que nos deja
entrever lo poco convencional que fue el pensamiento laberíntico
de este hombre. Es lamentable que su salud le haya jugado una
mala pasada, enfermando de tuberculosis y privándonos así del
privilegio de tener una mayor cantidad de libros forjados por
él. Bien dice el dicho: "de lo bueno, poco". A leer se ha dicho.
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