La Diáspora sefardita


Iberoamérica

Con la entrada a las colonias oficialmente vedada a los que no gozaban de "pureza de sangre", y la consiguiente obligación de hacerse pasar por cristianos viejos, estos judíos clandestinos, aún cuando mantenían alguna forma de vida comunitaria, no dejaron, y al parecer no produjeron, documentación escrita alguna. La excepción a esta regla fueron los que denunciados a la Inquisición, tuvieron el coraje de dejar testimonio de su pensamiento, e incluso, en algunos casos, de sus escritos, en los legajos archivados de sus perseguidores, Y también se apartan de la tónica general quienes, después de haber vivido clandestinamente en territorios que estaban bajo mandato del tribunal, volvieron a practicar abiertamente el judaísmo en alguna comunidad libre, y dejaron allí algún tipo de información sobre su vida anterior. Pero en este último caso, los datos son todavía escasos y fragmentados. La historia de la presencia judía en Iberoamérica hay que hacerla, por consiguiente, basándose casi exclusivamente en la documentación inquisitorial.

El Santo Oficio se estableció en las colonias españolas por real decreto de Felipe II de 25 de enero de 1569. Su primera sede fue Lima, donde se instauró ese mismo año; bajo su jurisdicción quedaba todo el territorio perteneciente a la corona española desde Perú hasta el sur de las actuales repúblicas de Argentina y Chile, una extensión enorme si tenemos en cuenta los medios de locomoción de la época. El segundo tribunal de la Inquisición, que inició sus actividades en la Ciudad de México en 1571, tenía por misión vigilar la vida religiosa de toda Nueva España; el tercero en Cartagena, instaurado en 1610, abarcaba Nueva Granada y las islas del Caribe. Las diferencias en la extensión territorial que dominaba cada uno de estos centros conllevan de por sí una desproporción en la facilidad con que los distintos tribunales podían recabar la información y por lo tanto, en el grado de relativa seguridad en que los cristianos nuevos podían vivir en cada uno de los virreinatos. Todavía era mayor la diferencia con la situación que se daba en Brasil, donde nunca hubo un tribunal propio y la vigilancia de la ortodoxia de los habitantes quedaba en manos de visitas de inquisidores especializados y del clero regular. Los reos se enviaban a Lisboa para ser juzgados, de la misma forma que los de las provincias apartadas de las posesiones españolas eran trasladados a Lima, México y Cartagena.

A las inmensas distancias se agregó otro factor que contribuyó a reducir todavía más la información que ofrecen los archivos de la Inquisición a la hora de intentar hacer una evaluación global de la presencia criptojudía: la regla imperante en el procedimiento inquisitorial según la cual cada prisionero tenía que pagar de su bolsillo sus propios gastos de traslado, de su manutención en la cárcel e incluso los procesales. Los transgresores pobres radicados en provincias lejanas y con pocas propiedades que confiscar representaban por lo tanto una pérdida pecuniaria para el Santo Oficio, mientras que los comerciantes ricos que residían en las capitales suponían su principal fuente de ingresos. Esta circunstancia determinó el establecimiento de prioridades en su actuación.

A las razones espaciales y económicas que limitaban la cantidad de la documentación inquisitorial referente a la presencia judaica, se sumó la irregularidad de la actividad del tribunal a través del tiempo. Revisando el material disponible encontramos que precisamente en las primeras generaciones, desde la conquista hasta casi finales del siglo XVI, los archivos de la Inquisición proporcionan muy poca información sobre la vida judía tanto en Nueva España como en América del Sur.

Las dos primeras décadas que siguieron al establecimiento de la Inquisición en México el 4 de noviembre de 1571, fueron relativamente tranquilas. En los primeros autos de fe, que tuvieron lugar el 28 de Febrero de 1574 y el 3 de marzo de 1575 no se procesó a ningún judaizante. El primer grupo importante de judaizantes de Nueva España que cayó en las garras del tribunal fue la familia Carvajal. Luis Carvajal y la Cueva, a quien Felipe II confió en 1579 el gobierno del enorme territorio de Nueva León, encomendándole que restableciera el orden en sus confines y atrajera a los indios rebeldes "a la paz y a la christiandad'', era cristiano practicante; pero su entorno y su familia -sobre todo su sobrino, que estaba destinado a sucederle- eran los judaizantes más activos a los que juzgó el Santo Oficio durante toda la época colonial. El auto de fe del 8 de diciembre de 1596 en el que pereció Luis de Carvajal el mozo, relajado en persona junto con ocho de sus familiares y amigos, constituye el triste momento culminante de la persecución de los cristianos nuevos en el México del siglo XVI.

Tampoco en Lima se dio un número importante de procesos contra judaizantes hasta finales del siglo XVI. En sus veinte primeros años de actividad, ese tribunal celebró por lo menos cinco autos de fe con más de un centenar de penitenciados, pero sólo tres de ellos estaban acusados de judaizar en el de 1591. Pero la situación cambió drásticamente en el del 17 de diciembre de 1595, donde diez personas fueron consideradas convictas de practicar el judaísmo en alguna medida.

En la década de los noventa se inició también la persecución sistemática de los judaizantes en Brasil. En 1591 llegó a Bahía el visitador de la Inquisición de Lisboa, Heitor Furtado Mendoça, que durante cuatro años fue depurando los centros urbanos y rurales de la colonia portuguesa de sus desvios morales y herejías. Los sospechosos fueron trasladados a la sede del tribunal en Lisboa, ascendiendo el número de acusados de criptojudaísmo durante las décadas que precedieron a esta visita a centenares de personas (E, Lipiner, 1969, pp. 15-22).

El siglo XVII se inició con un incremento importante de la actividad inquisitorial. En el auto de fe que tuvo lugar en México el 25 de marzo de 1601 tomaron parte 135 procesados, entre ellos cuarenta y seis presuntos judaizantes. Otro celebrado en Lima el 10 de diciembre de 1600 con 14 acusados de judaizar, seguido por un segundo, en 1605, con 28 auguraban una época sombría a los que carecían de pureza de sangre. En ese mismo año el rey Felipe III, de acuerdo con el papa Clemente VIII, cedió ante las bien pagadas súplicas de los cristianos nuevos, y decretó una amnistía por delitos de judaísmo que resultó ser tan sólo una tregua temporal en las actividades de la Inquisición. En esa época (1610), fue establecido el tribunal de Cartagena, y fue entonces cuando se intentó fundar otro en Buenos Aires, pero la iniciativa no prosperó. Una segunda visita de la Inquisición portuguesa a Brasil en 1610 causó una nueva o1eada de inmigrantes "portugueses" a los virreinatos españoles, haciendo de la palabra portugués un sinónimo de cristiano nuevo. La reaparición del celo inquisitorial no tardó en manifestarse.

A partir de 1625, coincidiendo con importantes acontecimientos políticos, se inicia un capítulo decisivo en la historia de los mártires judíos en América. La abortada conquista de Bahía por los holandeses en 1624 y su toma de Pernambuco en 1630, llevaron a las autoridades españolas a sospechar traiciones allí donde se recelaba que podía haber herejía. La independencia de Portugal, lograda en 1640, no contribuyó a incrementar el afecto de las autoridades por los portugueses que se habían radicado después de 1580 en los virreinatos españoles. El rápido bienestar económico de que gozaron algunos de estos inmigrantes recién llegados y su evidente carencia de limpieza de sangre, provocaron recelos contra ellos que les hicieron todavía más vulnerables. Pasados los grandes autos de fe de Perú y de México, la Inquisición no nos aporta ya más que unos pocos datos sobre la vida judía en esos dos virreinatos, ¿Se habrían extirpado efectivamente los núcleos de judaizantes, o lograban éstos esconderse ahora de una forma más eficaz? No sólo es escaso el número de judaizantes que tomaron parte en los autos de fe en lo que quedaba del siglo XVII y en el XVIII, sino que en ocasiones el supuesto criptojudaísmo de algunos de los reos resulta muy dudoso. Quizá el más llamativo de estos casos sea el proceso a Juan de Loyola y Hora, pariente nada menos que del fundador de la Orden Jesuita (Ignacio de Loyola), que fue condenado por judaizante en 1745 y murió durante el juicio. El tribunal tuvo que declararlo inocente y organizar una procesión especial para exonerar su memoria cuatro años más tarde.

Tampoco en México tuvo continuación el celo inquisitorial antijudío de la década de los años cuarenta del siglo XVII. Hasta el auto de fe de 1659 no aparecieron nuevos judaizantes, y aún en este caso no eran nuevos, pues se trataba de cuatro penitentes que ya habían sido reconciliados en 1649. Dos de ellos de 65 y 80 años respectivamente, perecieron en la hoguera. A partir de esa fecha hay algunos procesos por criptojudaísmo, pero muy pocas veces se sustentó la acusación con pruebas reales. Una de estas inculpaciones insostenibles fue la que cayó sobre el sacerdote Miguel Hidalgo Castilla, padre de la patria y de la independencia mexicana.

Contrariamente a lo que sucedió en los virreinatos españoles, en Brasil se incrementó la persecución de los cristaos novos tras la separación de Portugal de España. Esto fue especialmente notorio en la primera mitad del siglo XVIII cuando, según el Livro dos Culpados (un registro de los que fueron juzgados o tan sólo sospechosos de judaizar, llevado por la Inquisición en Lisboa), nada menos que 1.811 personas, todas nacidas o residentes en Brasil, fueron denunciadas, y unas 500 entre ellas severamente castigadas. El epicentro de la actividad inquisitorial se había trasladado por entonces del noroeste a las regiones mineras de Brasil, en pos de la actividad económica más floreciente, que se concentraba en Minas Gerais, Río de Janeiro, Santo Espirito, etc. Los motivos económicos y sociales de esta persecución se hicieron más evidentes que nunca, ya que la debilidad de las prácticas judaícas atribuidas a los inculpados no habrían justificado por sí mismas tanto celo, incluso por parte de fanáticos como Francisco de Sao Jerónimo, obispo de Río de Janeiro en la primera década del siglo XVIII y ex inquisidor del Tribunal de Evora.

Más allá de la vida judía documentada por el Santo Oficio puesta de manifiesto en 1os autos de fe, había otra en América que tal vez abarcaba a más personas, pero de la que tenemos muchos menos datos.Ya en febrero de 1570 se quejó el secretario de la Inquisición en Lima de que la proporción de cristianos nuevos entre los españoles del lugar doblaba la proporción que se daba en España. Otro agente informó en 1597 de que las provincias de Buenos Aires, Paraguay y Tucumán estaban inundadas de portugueses, en su mayoría judaizantes. El 26 de abril de 1619, el comisario de la Inquisición de Buenos Aires requirió que se adoptaran severas medidas ante la llegada de ocho naves en que viajaban portugueses, todos ellos, según él, criptojudíos.

¿Se exageraron intencionadamente estas noticias para que las autoridades superiores tomaran medidas que beneficiaran a los propios informantes? La muy destacada presencia de cristianos nuevos en la vida comercial y en las profesiones artesanales de las colonias es bien conocida. Como ellos no compartían el menosprecio de los cristianos viejos de su clase por esas ocupaciones, las acapararon. Los que se dedicaron a las actividades mercantiles aprovecharon sus relaciones familiares para desarrollar un comercio internacional a gran escala.

¿Cuál fue, en ese caso, el peso cuantitativo de la presencia judía en las colonias de América? La revisión exhaustiva de todas las fuentes disponibles hasta 1985 en Brasil que se refieren a judaizantes, nos daban durante toda la época colonial un total de 1.017 referencias (Avni, 1992, p. 52). El estudio en profundidad de una importante comarca brasileña -Bahía- en una época decisiva para su historia como fueron los años 1625-1654, pone al descubierto la existencia de varios cetenares de cristianos nuevos, pero sólo 76 fueron acusados de criptojudaísmo, cuando se llevó a cabo la Grande Inquisiçao de 1646. Aún suponiendo que todos los sospechosos de ser judaizantes lo fueran realmente, de estos datos se desprendería que sólo representaban un reducido porcentaje del total de los cristianos nuevos bahianos. Pero ¿no se equivocarían los inquisidores al acusarlos?; por otro lado ¿habrá rastreado esta investigación a todos los judaizantes bahianos? y, por último ¿será también aplicable esta proporción entre cristianos nuevos y judaizantes de Bahía a otras regiones de América? La realidad es que los judaizantes no fueron más que una fracción del total de cristianos nuevos que vivían en América.

           Texto Extraido de :http://www.geocities.com/CapitolHill/Lobby/2679/iberoamerica.htm