La frase se repite despreocupadamente hasta el día de hoy por autores que, a no dudar, están pletóricos de buenas intenciones pero que desconocen la realidad social del litigio, que es guerra. Sin armas. Pero guerra al fin y no alegre paseo por el parque de ambos contendientes tomados de la mano...! Por  eso es que altera el sentido común llamar justa a una guerra...

Cuando un acreedor presenta al juez su demanda, no lo hace en acto de alocada aventura sino meditadamente, lleno de incertidumbres, temores, gastos y expectativas, luego de haber hecho lo imposible para lograr un acuerdo con el deudor.

De tal modo, sólo porque no tiene otro camino para recorrer, elige la última alternativa que le ofrece la civilidad: el proceso.

¿Cómo pretender ahora que estos dos antagonistas ¾que ya se odian por haber hablado y discutido hasta el cansancio del tema que los aqueja¾ salgan a buscar como buenos amigos, del brazo y solidariamente, la verdad de lo acontecido y una decisión justa? ¿Justa para quién? ¿Para el desesperado y cuasi exánime acreedor o para el deudor impenitente?

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