En rigor, Klein miraba al proceso como un fenómeno social de masas y, por tanto, debía ser regulado como un instituto de bienestar. De tal forma parece claro que él no veía el proceso —al igual que lo hacemos hoy— como un método pacífico de debate dialéctico celebrado entre dos antagonistas en igualdad ante un juez imparcial, sino como un simple procedimiento administrativo con el cual se tutelan los intereses individuales y sociales.