En 1184 se reunió en Verona un concilio, convocado y presidido por el Papa Lucio
III, a fin de adoptar medidas para combatir la herejía, especialmente la
albigense, que trataba de imponerse por la fuerza de las armas. El concilio
acordó, entre otros extremos, que se reservara a la Santa Sede los juicios de
herejía en los que conocería por medio de delegados y tribunales propios. Los
obispos, instituidos en jueces y representantes del Papa, deberían fallar las
causas de herejía, imponiendo únicamente penas canónicas, o entregando al reo,
en caso de contumacia o reincidencia, al brazo secular. El edicto del Concilio
de Verona no fue suficiente para detener el avance de la herejía, e Inocencio
III reunió el IV Concilio de Letrán(1215), en el que se decidió la creación de
jueces inquisidores especiales, encargados de descubrir y sancionar a los
herejes.
|